" Cuando uno sabe a dónde va nada puede interponerse entre su visión y su acción "



martes, 2 de septiembre de 2014

Cali, Colombia

Llegué con la sospecha de que lo que viviría en esos pocos días dejaría una marca imborrable. “Sobrevivientes a la trata” era un título que advertía que no asistía a un encuentro de “camaradería”, precisamente. En efecto, no fue una reunión social. 
Escuchar a quienes estuvieron y volvieron despierta admiración y asombro. Cuesta creer que ahí están, con toda la integridad posible.
Ahora lideran organizaciones que van contra la trata. Han conseguido seguir, de todos modos. No permitirán que lo sufrido haya sido en vano.
No se victimizan. Por el contrario, muestran pudor a la hora de contar sus historias.
Sostienen que para “sobrevivir” a lo que les pasó debieron, primero, reconocerlo. Fue difícil, duro, doloroso, inaceptable.
Conseguido esto, juzgaron necesario participar en la lucha contra las estructuras de la trata de personas.
Para mí fue una nueva fuente de aprendizaje. No fueron los claustros de la Universidad ni la disciplina formal del trabajo ni los cursos tomados.
Fue la experiencia misma vista y escuchada “en vivo”. Recibir, de los relatos, la admirable conclusión de que “lo que le pasa a otro me pasa a mí”, es de una grandeza inédita. Porque lo que pasó esta gente justificaría “abandonar” y, sin embargo, allí van, al frente y con las cosas claras.
Marcela Loaysa es una colombiana que sintetizó en una frase su condición de mujer sobreviviente de la trata: “tengo el tatuaje del dolor en el alma”. Hay que entender el alcance de la figura: ¿cómo grabar sobre algo intangible como el espíritu? Lo hicieron, sin embargo.
Marcela se sobrepuso. Convive con lo que supone que la acompañará siempre, pero va con la bandera de la Fundación que lleva su nombre y que organizó el Encuentro Internacional.
La estadística desanima: sólo el 5% de los casos de trata de personas, es resuelto. La inmensa mayoría de las víctimas son mujeres, pero el rango de los adolescentes y los niños crece para alimentar a una deformación: el “turismo sexual”.
Es indudable que los tratantes se mueven con comodidad con dos aliados imprescindibles: la pobreza y la desigualdad (en el trato y en las oportunidades).
Se puede pelear contra ambos, pero hay que saber que no hay muchos interesados en que la victoria llegue. Los ricos necesitan de los pobres. Para que haya riqueza debe haber pobreza. Al menos en el sistema capitalista en el que estamos y en el que, según parece, seguiremos estando.
Aceptando esto, puede aspirarse a una distribución más equitativa de los bienes. A que los inmensamente ricos se conformen con ser sólo ricos para que los inmensamente pobres pasen a ser sólo carenciados. A que el Estado haga su tarea, en este sentido, aplicando impuestos, retenciones, etc. A que todos comprendamos, definitivamente, que nuestra participación es indispensable, en la actuación directa o en el apoyo convencido.
Marcela Pastore, 2/914 

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