Vuela, el tiempo.
Ayer, apenas, nuestra incredulidad no aceptaba una derrota inexplicable, todavía.
Hoy, lamiendo heridas, disimulando rengueras, el pueblo peronista está con la entereza de siempre, que invariablemente aguanta, que jamás abandona su estoicismo. Con ese sufrimiento que parece caracterizarlo. Ese que lo ha curtido tanto que cuesta creer.
Hoy, lamiendo heridas, disimulando rengueras, el pueblo peronista está con la entereza de siempre, que invariablemente aguanta, que jamás abandona su estoicismo. Con ese sufrimiento que parece caracterizarlo. Ese que lo ha curtido tanto que cuesta creer.
En realidad, lo anterior es unn prólogo a lo que quiero expresar.
Se ha hablado, en estos días, de que esta vez sí, el peronismo de Buenos Aires ha tomado, definitivamente, el rumbo de la unidad. Hasta se mencionó a dos dirigentes que encabezarán el proyecto. En buena hora, si logran subir el escalón siguiente.
De ninguna manera soy escéptica. Pero creo que habría que empezar por que nadie se considere más peronista que nadie. Habría que reconocer méritos ajenos, la experiencia de los viejos y la fuerza de los jóvenes. Tendría que abandonarse la práctica de calificar con “ismos” que, generalmente, van detrás de apellidos de compañer@s que, de uno u otro modo, se han destacado. Porque antes que nada, todos los “istas” son peronistas que difieren en matices. Algunos de ellos se ven gruesos, es cierto, pero no son más que tonalidades que habrá que atenuar en todo lo posible.
En todo lo posible y más, esta vez. Porque hay que abonar nuestro viejo frentismo e incorporar con la generosidad que tenía Perón con sus amigos.
El adversario que nos espera es el enemigo, en verdad. Porque quien nos destrata como lo hace este gobierno no es rival, es enemigo. Porque quien no tiene pudores para mostrar ese odio visceral que sólo los peronistas reconocemos no es contrincante, es enemigo.
En esa instancia estamos. En ese lugar histórico nos han puesto. Para esta circunstancia debemos prepararnos.
De manera que, dirigentxs, aflojen con los resquemores, con los celos que, finalmente, sólo son de ustedes. Porque el pueblo, como siempre, está como de una sola pieza. Solamente espera que decidan lo mejor para ell@s.
Por ahora…
Se ha hablado, en estos días, de que esta vez sí, el peronismo de Buenos Aires ha tomado, definitivamente, el rumbo de la unidad. Hasta se mencionó a dos dirigentes que encabezarán el proyecto. En buena hora, si logran subir el escalón siguiente.
De ninguna manera soy escéptica. Pero creo que habría que empezar por que nadie se considere más peronista que nadie. Habría que reconocer méritos ajenos, la experiencia de los viejos y la fuerza de los jóvenes. Tendría que abandonarse la práctica de calificar con “ismos” que, generalmente, van detrás de apellidos de compañer@s que, de uno u otro modo, se han destacado. Porque antes que nada, todos los “istas” son peronistas que difieren en matices. Algunos de ellos se ven gruesos, es cierto, pero no son más que tonalidades que habrá que atenuar en todo lo posible.
En todo lo posible y más, esta vez. Porque hay que abonar nuestro viejo frentismo e incorporar con la generosidad que tenía Perón con sus amigos.
El adversario que nos espera es el enemigo, en verdad. Porque quien nos destrata como lo hace este gobierno no es rival, es enemigo. Porque quien no tiene pudores para mostrar ese odio visceral que sólo los peronistas reconocemos no es contrincante, es enemigo.
En esa instancia estamos. En ese lugar histórico nos han puesto. Para esta circunstancia debemos prepararnos.
De manera que, dirigentxs, aflojen con los resquemores, con los celos que, finalmente, sólo son de ustedes. Porque el pueblo, como siempre, está como de una sola pieza. Solamente espera que decidan lo mejor para ell@s.
Por ahora…
