Como un bisturí, Juan Domingo Perón y el Peronismo
naciente, dividieron a la sociedad argentina. Sesenta años después el mismo
peronismo en manos, esta vez, de Néstor y Cristina Kirchner repitieron el
fenómeno.
En ninguno de los casos fue el propósito de los
gobernantes crear un cisma. Las dos veces, hubo quienes no soportaron que los
humildes recibieran algo que “no estaba pensado” para ellos: dignidad.
Aunque, en realidad, lo que más han resistido y
resisten hoy, todavía, es que la inclusión de los pobres pasa por hacer un
reparto más equitativo de las riquezas que detentan en soledad.
“No quiero que me quiten lo que es mío” es
una frase clásica. “Yo me gano la plata con mi esfuerzo”, otra.
¿Saben que sin las condiciones instaladas por estos
gobiernos poco habrían podido hacer con el esfuerzo? ¿Se dan cuenta de esto?
Lo saben, claro. No van a reconocerlo, más claro.
¿Quién, sino un necio, no se alegra de que se
hayan construido 1700 escuelas en 12 años? Deben darse cuenta de que esto
excede el hecho (extraordinario en sí mismo) educacional. La construcción de
semejante cantidad de edificios demanda directamente mano de obra,
herramientas, materiales. De modo indirecto, es casi imposible enumerar a todas
las industrias a las que favorece: automotriz, alimentaria, textil.
¿Quién, sino un ignorante, desaprueba que se
invierta en ciencia y tecnología?
¿Quiénes, sino los opositores sistemáticos, siguen
llamando subsidio a la AUH?
Hay muchas páginas llenas de otras conquistas.
Alcanza con estas para el análisis.
¿Por qué se niegan, las clases dominantes, a
que algo de sus fastuosas ganancias llegue a los que no tienen nada? ¿Por
qué, si no notarían la “merma”? Al fin y al cabo, llegarían a una situación
ideal: arcas que seguirían llenas y conciencias que empezarían a estar
tranquilas.
Pero no. Impuestos a las ganancias, a las
riquezas, a la improductividad, retenciones, son considerados por los
“dueños de la Argentina” como atropellos del Estado en manos “populistas” (Es
tiempo de que incorporen que populista sólo quiere decir “relativo al pueblo” y
no algo que denigre).
Parece que no todo pasa por el dinero. Hay, en los
ricos, un equivocado sentido de pertenencia sobre los pobres. Les resulta
natural que les sirvan y no están dispuestos a la pérdida.
En 1945 nació el odio hacia los “cabezas”. Este
sentimiento, que se transmite de padres a hijos, creció con el paso del tiempo,
crece hoy, cada día. Y, de tanto recibir aborrecimiento, la situación recíproca
llegó, fatalmente.
Estamos, entonces, en una división que parece
irreconciliable. Porque aunque la distribución de las riquezas fuera más
pareja como consecuencia de imposiciones del Estado, lejos de disminuir, la
tirria de los ricos crecería.
No se vislumbra otro camino para conseguir lo
indispensable. Es innegable, indiscutible, que el sistema en el que estamos es
el capitalismo. No hay lugar para utopías sesentistas. Las soluciones
deben buscarse dentro de esta realidad.
Es impensable un brote de generosidad-concientización-altruismo en
los poderosos (estilo Bill Gates). De modo que la imposición es inevitable.
Dos cosas son ciertas.
Que esto siga así no beneficia ni a los propios
tenedores de las fortunas. Y este es un gobierno que, como los de Perón y Kirchner,
tiene dos obsesiones: la inclusión y la justicia social.
Marcela
Pastore, 9 de enero de 2015
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