De estreno Por Susana Persello (*)
Cerró el baúl haciendo fuerza, se sentó arriba para que el
herraje reluciente quedara trabado. Adentro, todo lo que pudo poner: vajilla,
semillas, herramientas, utensilios de cocina, agujas, tijeras, hilos y lanas,
carpetas, manteles, sábanas, mantas, delantales, pañuelos para la cabeza, ropa
de hombre, de mujer, de niños...
Hubo un lugarcito reservado para un pequeño delantal blanco,
bordado por su mamá, tan bello y delicado que nunca estrenó, lo guardó siempre
como si fuera una fina prenda de fiesta, sí usó desde niña otros de griseta o
lienzo, que pasaron a ser trapos.
Dejó algunos pañuelos de mano en los bolsillos para ir secando
sus lágrimas y las de sus hijos. Muchas cosas quedaron en la casa que se cerró
cuando cargaron ese último baúl en el carro. Subió ella con los tres chicos,
las nenas de doce y catorce años y el varón de seis. Hicieron el camino hasta
la ciudad, para tomar el tren a Génova, y desde allí el barco, hasta América y
en América, Buenos Aires, donde los esperaba él, que se había venido dos años
antes. En el reencuentro vivieron indescriptibles emociones, pero había que
superar todo para encarar la realidad; tomar otro tren y viajar hasta Santa Fe.
Increíble llanura, pasto y vacas a la intemperie, sol lejano en
la línea del horizonte sin límites. Por fin la ciudad, donde él tenía trabajo.
Era de oficio carpintero y también, cuando lo necesitaban, peón de albañil.
Aunque ya tenía un terrenito, no había podido edificar algo cómodo para su
familia, vivieron un tiempo con unos primos. Poco espacio, pocas comodidades,
poco todo, pero en paz y con esperanzas. El esfuerzo y la perseverancia era una
de las reglas no escritas que regía para todos los inmigrantes que querían prosperar
en estas tierras que los recibía, otras eran la escuela para los chicos y la
educación en la familia.
La dueña de los baúles que sirvieron de guardarropas durante
mucho tiempo, iba acomodando las cosas por las sucesivas mudanzas, o por lo que
requería la familia según pasaban los años. Pero el delantalcito blanco que
cada tanto lavaba, almidonaba y perfumaba con lavanda, se mantenía guardado,
impecable y en el mismo lugar.
Los chicos crecieron, ella fue madre, abuela, después bisabuela.
En algún momento de la vida pudo tener un ropero y otros muebles, pero en su
dormitorio permaneció ese baúl. Cuando falleció, tenía casi 100 años, una de
sus nietas lo abrió, sacó el paquete pequeño de papel celofán y preguntó a los
demás si se lo podía llevar. Nadie se opuso, con la aclaración de que lo
guardaba, pero era de todos...
La nieta con “la joya de la familia” entre sus manos, se sintió
más cerca que nunca de esa mujer tan fuerte, valiente y sabia. Entendió que el
delantal hecho a medida de una niña, era la manera de decir que desde siempre
había trabajado.
Fiesta del inmigrante
Pronto sería la Fiesta del Inmigrante. Era para ella, se la
merecía como todos los inmigrantes. La tuvo presente, joven, madura, anciana.
Se reconocía algunos rasgos semejantes en la cara, todos decían que era la más
parecida. Le llegaba la voz de su relato repetido, mientras admiraba la prenda
que olía a almidón y lavanda. Cerró los ojos... vio la escena de la partida, la
abuela sentada sobre el baúl, guardando lo elegido para llevar, sus manos
jóvenes trabando la cerradura y un pañuelo ya húmedo en el bolsillo con los
secretos de su corazón acongojado ¿Se le habría ido alguna vez ese dolor?
¿Habrían hablado lo suficiente en tantos años? ¿La disfrutó mientras la tuvo
tan cerca? Pensó en su propia nieta, tan pequeña y hermosa. El delantal de la
tatarabuela le quedaría justo...
Y por fin llegó el día y la hora. En la plaza se ha montado un
escenario importante; sobre el telón de fondo se lee “Fiesta Nacional del
Inmigrante”. Banderas, himnos, discursos. Empieza el desfile en el que todos
son protagonistas. Participantes y público se reconocen, se buscan, se
identifican; de pronto cae una lágrima, luego aflora una sonrisa. Hay un
lenguaje común, familiar, más allá de los apellidos y los vínculos, existe una
historia colectiva de desarraigo, de nostalgia, de logros y pérdidas, de amor y
dolor, de trabajo y esperanza. Es el pasado y el presente de los pueblos
fundados por inmigrantes; y no es mera retórica, es la historia de verdad, que
tiene su merecido reconocimiento en una fiesta popular, de jerarquía nacional.
Así piensa ella mientras lentamente avanza en la carroza
preparada para la ocasión. Sobre un acoplado dos sillas de paja, una mesita con
utensilios de cocina, ovillos de lana con tejido empezado, un banco de
carpintero, y el baúl entreabierto, de madera opaca, seca, con los herrajes
oxidados. Saludando al público los miembros de la familia, orgullosos de sus
antepasados, de su historia. Candela con un vestidito típico del Friuli, región
de donde vinieron sus tatarabuelos, luce el delantal blanco, perfumado,
impecable. Saluda con ademanes graciosos y con una sonrisa dulce. De pronto
mira a todos, pide que le cierren el baúl, entonces salta y se sienta arriba
para que el herraje, que por un instante reluce, quede trabado. Con sus manitos
pequeñas intenta cerrar el pasador. Desde ese lugar, su trono, saca un pañuelo
del bolsillo de su vestido y lo agita alegremente.
El sol brilla, es el mediodía. Está en plenitud una fiesta muy
importante, tan importante que merece el estreno de un entrañable delantal.
(*)La autora admite
que su cuento está inspirado en su abuela friulana que vino al país con tres
hijos para reencontrarse con su marido, quien había llegado dos años antes.
Reconoce el valor, el coraje y la templanza de aquellas mujeres que dejaron su
tierra en circunstancias tan adversas y que fueron protagonistas de nuestra
historia.
(Fuente: Diario El Litoral de Santa
Fe)
Donde se mire. En cualquier lugar de la historia las mujeres tuvieron (tienen) un sitio todo lo preponderante que les ha sido posible. Me encontré con esto que comparto con tod@s. Es una ficción tomada de la realidad. Sólo una muestra de tantas. Es una historia en la que nos reflejamos la mayoría, la de una mujer que como miles y esforzadamente, hizo su parte para que gocemos de esta Patria.
-- Marcela Pastore
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