Hay mucho para decir sobre la participación de las mujeres en los espacios de toma de decisiones.
En primer lugar, me parece que la participación de las mujeres en cargos directivos es un derecho que no admite discusión. Hay un aporte que la sociedad toda ha generado para esto. Porque la intervención femenina es garantía del pleno ejercicio ciudadano. Fortalece a la Democracia y a las Instituciones.
Se reconocen y celebran los avances que las mujeres hemos logrado (Cristina, Dilma, son modelos emblemáticos) en Latinoamérica, demostrando máxima competencia en la conducción. Sin embargo, a nadie se le escapa, al observar “la foto”, que son muchas menos las que los que ocupan esos espacios.
Sé de la existencia de lugares que trabajan denodadamente en la formación de cuadros femeninos capaces de dirigir. Es el camino, sin dudas, hay que seguir en él.
Pero no nos conformamos con acceder a los estratos medios. Podemos, sin más ni menos esfuerzo que nadie, pretender las cúspides de las organizaciones.
En realidad, yo querría que dejaran de medirnos con los varones. El 20% alcanzado ya permite hablar de personas, independientemente de los géneros que tengamos. Y que Cristina Fernández esté en el sitio más alto del poder es (como decía), el gran ejemplo de que cualquier comparación entre los géneros ya no tiene sustento.
Las mujeres, como los varones, debemos ser calibradas sólo por nuestros actos y capacidades. Es cosa instalada, a pesar de los que resistan.
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