" Cuando uno sabe a dónde va nada puede interponerse entre su visión y su acción "



martes, 20 de agosto de 2013

La Noticia

  El INADI falla a favor de enfermera trans sin acceso al trabajo.
(Concordia) Marcela Coduri es una enfermera trans que, a pesar de
tener el título habilitante desde el año 1992, no ha logrado obtener
recepciones favorables para conseguir trabajos relacionados con su
profesión.
En este contexto, Marcela cursó una denuncia en el Instituto Nacional
contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), en la que
acusó por discriminación a Carlos Vallejos, un ex director del
Hospital Felipe Heras (Entre Ríos), alegando que debido a su identidad
autopercibida no fue considerada para los distintos puestos de
enfermería que se concursaron en reiteradas ocasiones.
Entre otras cosas, Marcela relató al INADI que en el año 2010 Vallejos
expresó desconocer su título profesional y la obligó a someterse a una
prueba de capacidad laborativa , por lo cual manifestó sentirse
discriminada en razón de su identidad de género.
Luego de la realización de audiencias conciliatorias entre las partes
y del análisis del caso, la asesoría letrada del INADI remarcó que el
contenido del descargo hecho por Vallejos “constituye un acto
reprochable en cuanto niega la condición de género de Coduri”, y
añadió como un factor principal que “la utilización del lenguaje de
Vallejos no evidencia una actitud de respeto y aceptación social de
las minorías sexuales”.
El Instituto instó al médico “a que en el futuro se refiera a la
señorita Marcela Coduri de acuerdo a la identidad sexual que la misma
ha adoptado”. La resolución fue acompañada por una constancia de
Patricia Galli, encargada del servicio de Enfermería en el Centro de
Salud de La Criolla, quien sostuvo que la enfermera concurrió a
realizar una suplencia en ese lugar.
Finalmente, el fallo textual de la asesora letrada del INADI
“recomienda a las autoridades del Hospital Felipe Heras de la
provincia de Entre Ríos  que realicen una evaluación de las
condiciones de idoneidad de la señorita Coduri, requeridas para el
desempeño de la profesión de enfermería, a efectos de garantizar sus
derechos a acceder a un puesto de trabajo”.

QUÉ   PODEMOS HACER
 Hay una fuerza inercial de siglos que hace que el Dr. Vallejos (y
tantos como él) se niegue  a aceptar la situación por la que Marcela
Coduri tiene derecho a elegir su género.
Y, esa pereza, no es patrimonio exclusivo del médico. En el propio
INADI también se manifiesta: la primera declaración de la enfermera
fue en 2010. En 2013 juzgó reprochable el descargo del médico, lo
instó a que la llame “señorita” y recomendó a las autoridades del
hospital “realizar una evaluación de las condiciones de idoneidad de
la señorita Coduri, requeridas para el desempeño de la profesión de
enfermería, a efectos de garantizar sus derechos a acceder a un puesto
de trabajo”.
La legislación acerca de la identidad de género es reciente, claro.
Será lenta su incorporación. Pero no se puede esperar tranquilamente a
que el tiempo haga lo suyo y transforme el hecho en cultural.
Se impone asumir ciertos compromisos que, si le tocan al Estado, como
en el caso de la noticia, deben producir respuestas inmediatas.
Nótese que aquí no intervino la Justicia como para imputarle la
demora. Todo fue dentro del INADI y su asesoría letrada. Desde la
denuncia de la víctima hasta el fallo pasaron tres años en los que
hubo hasta ¡audiencias conciliatorias! ¿Qué conciliación se espera que
haya? ¿Pensó alguien que canalla arrepentido y enfermera trans
conmovida que perdona terminaran abrazados?
En estas cosas de cristal tan fino, lo que se rompe no se pegotea.
Lo que de este Instituto se pretende es la ejecutividad que, al menos
en este caso, no tuvo.
Lo que de él depende no puede esperar tanto tiempo para que sea resuelto.

Es preciso que cada ente, público o no, en el que haya la más mínima
organización, adopte posiciones agresivas con respecto a la
discriminación de género.
Cada estructura debe tener en sus lineamientos básicos de
funcionamiento, a la cuestión de la igualdad de derechos,
independientemente del género que sus integrantes hayan elegido.
Para producir transformaciones hay que actuar en consecuencia.
Hoy, que existen las herramientas legales necesarias, la gente que ha
sido históricamente discriminada merece ver resultados.
El INADI debe enterarse de que ha sido evidente la tardanza. Tiene que
ser ágil. Esto no es un juicio de divorcio.
 ¿Qué podemos hacer aquellos que somos “de a pie” para contribuir con
las acciones del cambio buscado?
Conducir reuniones de grupos en los que se vaya más allá de la
descripción de lo que se conoce. Hay que dar por sabido el hecho de
que es inaceptable discriminar por género (o discriminar, a secas)
para pasar a las acciones capaces de producir cambios.
No ya sugerir, sino marcar como una cuestión moral a la complicidad,
al silencio, ante evidencias.
Plantear que hay que intervenir. Acompañar a quien sea discriminado.
Mostrarse solidario. Estar a su lado, fortalecerlo hasta que
naturalmente maneje el hecho de que no exige nada que no le
corresponda.
Que no hay “distintos”. Que, en todo caso, el que está fuera de lugar
es el que diferencia.
Instarlo a que denuncie y seguir con él, luego, la continuidad del proceso.

Cada encuentro, cada cita, puede tener un lugar para hablar de
discriminación de género. Sólo hay que saber provocar ese momento.
Involucrar al amigo, al familiar. La gente es sensible, sabe de otros
sufrimientos, no le cuesta “ponerse en el lugar”.
Hay ignorantes, en el sentido cabal del calificativo. Los que
honestamente no saben que han pasado cosas, últimamente. Aquellos que
por no tener acceso a educación o información, por aislamiento, hasta
por abulia o desinterés, no se han enterado de la igualdad que existe.
Pues a estos, hay que instruirlos. No es que vaya a ser fácil la
tarea, pero al menos se sabe que se reducirá a eso el desafío.
Debe estar escrito cómo hacerlo. Habrá que aprender de los que enseñan
y salir a dar lecciones a quienes las necesiten.
Y claro, están los discriminadores convencidos. Los que siguen
poniendo motes de “invertidos”, “maricones” o “marimachos”. Los que
desprecian, los que se burlan, los que llaman enfermedad a una
elección.
Con ellos, si todos los intentos fallan, sólo queda por hacer lo que
la enfermera entrerriana hizo con el director del Hospital Felipe
Heras: denunciarlos
Marcela Pastore - agosto 2013
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martes, 6 de agosto de 2013

3 dìas en Colombia


Soy la Coordinadora del Programa de Rescate y Acompañamiento a Personas Víctimas de Trata del Ministerio de Justicia y Seguridad de la Pcia. de Buenos Aires. Fui parte activa del “Tercer Congreso Latinoamericano sobre Tráfico y Trata de Personas” (Globalización, Trata y acceso a la Justicia: articulación de diálogos regionales), realizado recientemente en Bogotá, Colombia.
En el mismo, presenté una ponencia que sostuve ante la concurrencia al encuentro. La organización tuvo la generosidad de distinguir mi trabajo: “Hacia una caja de herramientas para la asistencia a las víctimas”.
El motivo fundamental de mi viaje fue incorporar experiencia y sumarla a la anterior, producto de años de presencia en las cuestiones de género, con preeminencia en la defensa de las mujeres víctimas de violencia.
Mis expectativas fueron satisfechas largamente. Siempre es provechoso el intercambio de experiencias y, en Bogotá, lo tuve en abundancia.
Los datos estadísticos de la trata de personas asustan, en Latinoamérica y en el mundo, pero son conocidos o puede accederse a ellos a través de cualquier medio de comunicación moderno. Lo que resulta único e irreemplazable es la vivencia del relato de quienes llevan adelante trabajos parecidos en otros lugares, distantes y de raíces culturales diversas.
Escuchar, ver y saludar a JOY NGOZI EZELIO,
relatora especial de Naciones Unidas sobre trata y tráfico de
personas, fue emocionante. Estar tan cerca de un personaje de tamaña responsabilidad y representatividad no me pasó desapercibido. Fue escalofriante escucharle decir que el tráfico es elevado en todo el mundo, que la restitución aún está lejos. Su propuesta es la de poner más atención, para que la brecha del riesgo se achique, para que haya más medidas anti tráfico. Pide tomar acciones correctas y monitoreadas, no
permitir la impunidad, dar castigo ejemplar a los delincuentes
de un negocio altamente rentable, ir por una justicia
restaurativa.
"Si hay voluntad política, hay voluntad económica para
que esto se solucione", fue el corolario de su intervención, como respondiendo, quizás, a quienes aducen que la solución se alcanzaría con dinero.

Me pareció bien la insistencia en la promoción de la visualización del cliente, del prostituidor, del cómplice.
No basta con desalentar la demanda,  propuso Francisco Cos-Montiel.
Me quedó grabada la prevención del Dr. Baltasar Garzón, asesor del Tribunal Penal Internacional de La Haya, acerca de "cómo se va corriendo la estrategia... cómo las redes y organizaciones van aprendiendo de los investigadores y cambian su manera de obtener su presa para explotarla y someterla a aberrantes situaciones"
La importancia de la declaración de las víctimas fue resaltada y quizá pueda notarse cuánto, en esta frase: "Sin la voz de las mujeres la verdad no está completa"
Vi que, cada vez más, reconozco las características específicas de esta violencia, tal vez la más extrema antes de la muerte.
¿Cómo entender el placer del prostituyente?
¿Cómo combatir a ese enquistado pilar, tan sólido, que es el
patriarcado?

¿Cómo aceptar la relación virilidad-violencia?
Los prostituyentes son los grandes invisibles de este dramático cuadro. Porque puede ser cualquiera, vos, yo, el que ahora camina a tu lado, el que va sentado, tranquilo, en el colectivo en el que vas...
Otro momento fuerte fue escuchar a Sonia Sánchez, ex prostituta. Cuando un expositor habló del “sexo que se compra”, Sonia dijo: "Las putas no vendemos nada, porque nada nos pertenece". Y, enseguida, propuso que se  las llame de otro modo: “mujeres prostituidas”. Y enfrentar a los que prostituyen, dar a conocer sus caras públicamente.
Esto transcurrió así. Sensaciones, conceptos, preguntas, respuestas, preguntas sin respuestas. Todo de a cientos, cada día.
Los tres días tuvieron la intensidad que marcaron quienes creíamos que el tiempo no alcanzaría para tanta inquietud, tanta urgencia. 
Mientras tanto, Bogotá nos observaba con su inseguridad callejera a cuestas pero con la calidez de su gente a flor de piel.
Hizo frío, pero en la Universidad de Los Andes, con tanta gente comprometida en un tema tan caliente, no hubo lugar para tiritar.

 
Marcela Pastore